Por décadas, la auditoria externa ha cumplido un importante rol en el aseguramiento y confiabilidad de las cifras expresadas en los estados financieros. Esto supone que aún existe una consideración de valor tanto para las empresas, como para los inversionistas y las instituciones financieras.
Sin embargo, en tiempos turbulentos y cambiantes como los actuales cabe preguntarse si el valor de esta actividad está a la altura de las expectativas de quienes buscan respuestas y responsabilidades particularmente ante ciertos actos que dañan la confianza de los mercados o de las instituciones responsables de supervisarlos.
La relación entre los auditores y su entorno ha estado llena de desencuentros en el pasado, especialmente cuando grandes escándalos financieros estallaron alrededor del mundo. Después de la quiebra de Enron y Worldcom en 2001, así como también después de la denominada “crisis sub-prime” de 2008, no era difícil encontrar documentos y opiniones fustigando duramente la independencia e idoneidad de los auditores externos. Por esos tiempos, se hizo muy conocida denominada “brecha de expectativas” puntualizaba claramente la diferencia que existiría entre lo que hace un auditor y en lo que se espera que ésta realice.
A pesar de los reiterados intentos por clarificar el rol del auditor y del incremento de las regulaciones uy sanciones que los afectan, sin duda alguna esta polémica volverá a ser noticia cuando se produzcan nuevos hechos que dañen la estabilidad y la confianza en nuestro sistema económico.
Si realizáramos un intento por establecer de manera simple los fundamentos de dicha discusión, habría que considera a lo menos dos grades razonamientos que los sustentan: Por un lado, está aquella postura que cuestiona duramente la capacidad de los auditores externos en la detección temprana de fraudes e irregularidades y por otra aquella que se defiende de esas críticas describiendo, una y otra vez, la naturaleza y propósito del trabajo que se les encomienda y los alcances y limitaciones que esa función tiene. Ese ha sido un diálogo de sordos porque lamentablemente son poca las veces que se considera en esta polémica, el análisis crítico los actos cometidos por los miembros de las organizaciones defraudadas y poco se habla también de los nefastos efectos de que las empresas no cuenten con sanos gobiernos corporativos y controles internos eficaces.
A pesar de lo anterior, lo que parece estar ausente en esta polémica es la necesaria autocritica que los protagonistas es estos escándalos debieron haber hecho públicamente.
Sin bien este tipo de casos por lo general terminan judicializados con una larga exposición mediática, nada parece indicar que utilizamos estas experiencias para mirar hacia el interior de las organizaciones con miras a una reflexión seria y reposada en el ámbito de las responsabilidades.
Mas aún, pareciera ser que ya es tiempo que los auditores externos asumamos la iniciativa declarando la necesidad de estar a la altura de las expectativas y que seamos capaces de comunicar adecuadamente nuestros esfuerzos por mejorar la calidad de las auditorias. Esto debería producirse en la medida de lo posible, antes de que un próximo escándalo vuelva a poner en tela de juicio a toda la profesión.
Un posible punto de partida
Tras cada escándalo financieros la pregunta que surge espontánea desde distintos sectores es: ¿dónde estaban los auditores?
Si quisiéramos proporcionar una respuesta sincera , sin miedo a las consecuencias y al debate que ésta puede generar , tendríamos que decir que nuestros dictámenes no proporcionan ningún elemento clave para anticipar lo ocurrido, que se limitan de manera excesiva y redundante a expresiones de delimitan nuestra responsabilidad y tecnicismos que sustentan tales o cuales criterios adoptados por la administración y que eso es así porque cumple con estrictas normas que regulan nuestra práctica profesional. En otras palabras, la expresión de una opinión profesional e independiente de un auditor externo no incluye ni en la forma ni en el fondo, aquello que los usuarios necesitaban conocer tales como los vinculados a los riesgos, modelos de negocio y análisis del entorno económico donde operaban esas empresas.
Y esto es así porque la respuesta de las instituciones que regulan nuestra profesión fue la de extremar y aumentar las restricciones, sanciones y normas de cumplimiento. En este escenario, los auditores comenzamos a actuar más preocupados de establecer públicamente nuestra independencia y capacidad para aplicar la nueva normativa,
por muy compleja y exigente que esta sea, que en utilizar el juicio y la habilidad analítica para auditar las empresas. Estamos demasiado enfocados en contar con equipos capaces de entender y de mantenerse actualizados acerca de las normas contables y de auditoría y paradójicamente terminamos olvidando el objetivo de nuestro trabajo.
Hace ya un rato largo que sabemos que es más eficiente saber cómo, dónde y de qué manera desarrolla sus negocios una empresa que la manera en que prepara sus balances. Hace décadas que hablamos de la auditoría basada en riesgos con herramientas disponibles y amplia capacitación para usarlas y todavía centramos la revisión sobre datos históricos, todavía no incorporamos herramientas predictivas y lo que es peor, todavía no comunicamos adecuadamente nuestro trabajo ni nuestros hallazgos.
Es evidente que la sociedad espera que los auditores seamos capaces de generar alertas tempranas acerca de lo que está sucediendo en los entornos económicos de las empresas que audita.
La profesión de auditor debe entender la necesidad de ampliar el alcance de la información sobre la que ofrece una opinión para proporcionar a las otras partes interesadas lo que verdaderamente necesitan. Ciertamente la manera de alcanzar ese objetivo debe ser uno de los debates más profundos que debemos comenzar a realizar.
Lamentablemente las iniciativas desarrolladas en el pasado han terminado limitándose a poner en entredicho la independencia de los auditores, tal como se desprende de las conclusiones establecidas en 2010 por el “Green Paper” de la Comisión Económica de la Unión Europea. (https://eur-lex.europa.eu/legal-content/EN/TXT/?uri=celex:52010DC0284)
Cabe preguntarse cuales deberían ser las condiciones adecuadas para enfrentar estos asuntos. No sólo por la existencia de intereses contrapuestos sino porque cualquier propuesta de cambio debe ser hecha sin poner en riesgo el marco jurídico e institucional en que los auditores realizan su labor. Asimismo, cualquier propuesta de cambio debe considerar una implementación gradual y sostenida, así como una revisión permanente de su efectividad. No se trata solo de reducir la brecha de expectativas. Se tata de rescatar el verdadero valor de la auditoría dentro de un contexto de turbulencia e incertidumbre donde sus resultados sirvan para reducir esas condiciones y aportar a la necesaria estabilidad de los mercados en tiempos de crisis.
Abandonar la postura proteccionista que ha caracterizado el discurso del auditor, esa irresistible tendencia de apoyarnos en las normas para explicar hechos que la comunidad necesita entender de manera más simple, podría representar un paso significativo en la búsqueda de un nuevo escenario donde se desarrolle nuestra profesión.
Otro aspecto fundamental debería ser el reconocimiento de que un cambio radical es necesario, de que las necesidades de las empresas, los inversionistas y analistas financieros son por lejos más amplias que la sola lectura e interpretación de información histórica de las empresas. Cabe señalar que la auditoria de cifras históricas sigue siendo importante en la obtención de financiamiento y en los costos de los mismos, por lo que no se trata de re formular el propósito principal de la auditoría de estados financieros sino de determinar qué más puede el auditor aportar en entornos cambiantes y altamente demandantes.
Porque, aunque nos cueste reconocerlo una auditoría de estados financieros tiene hoy menos relevancia para los mercados de capitales y esa relevancia va en descenso vertiginosamente.
Nuestro compromiso
Para contribuir a estimular la inclusión de elementos diferenciadores, que agreguen valor sin cambiar la naturaleza de nuestra labor, en Crowe Chile hemos realizado un trabajo colaborativo de discusión y reflexión para incorporar cambios que nos permitan volver a recatar la sintonía con las necesidades y preocupaciones de nuestros clientes. Dentro de los cambios es posible destacar los siguientes: